Tener fanáticos capaces de hacer largas filas y comprar boletas o productos de sus ídolos es un lujo que a duras penas se dan los equipos de futbol y otros deportes, los músicos exitosos y algunos artistas de Hollywood –y en Colombia, para bien o para mal, los ganadores y perdedores de los ‘reality shows’–. Y en el mundo empresarial, aunque hay compañías que generan simpatías o admiración, solo una cuenta con una fanaticada global, fiel, emotiva y creciente: Apple.
Todo suena muy bien para la compañía de la manzana. Pero así como ocurre con las religiones y sectas que pasan de tener unos cuantos miles de seguidores a ser fenómenos masivos, o con los fenómenos culturales ‘underground’ cuando ingresan al ‘mainstream’, Apple podría ver minados en su iglesia el nivel de compromiso, el conocimiento de sus ideas e historia, y la capacidad dialéctica a la hora de dar una batalla en defensa de la compañía y sus productos.
Este evangelista agrega que podría narrar su propia vida a partir de su relación con la manzana: el día que conoció el primer Mac, un Classic, en su universidad, a finales de los 80; el primer Mac que tuvo en casa, los años oscuros de Apple, la alegría por el regreso de Jobs, la emoción por el lanzamiento del primer iMac –para él, el equipo que impulsó la resurrección de Apple, 3 años antes del iPod–, el lanzamiento del iPhone, que puso a Apple en primer plano en la industria; las batallas por demostrar la superioridad del Mac OS y luego el Mac OS X ante el omnipresente Windows, la animadversión por los enemigos reales o imaginarios de Apple y de Steve Jobs –Bill Gates, Michael Dell y otros–, las lágrimas por la muerte de Jobs en 2011, y la transformación y el crecimiento de su ‘secta’ en estos años gloriosos del iPhone y el iPad.
Y justamente por esto último, los viejos evangelistas de Apple, esos que se enfrentaban solos contra un mundo que no los quería entender, ahora tienen sentimientos encontrados: disfrutan al saber que siempre tuvieron razón y estaban del lado ‘correcto’, celebran que más y más personas se les unan como usuarios de la manzana.
Pero a la vez algunos de ellos miran, con desdén, tristeza o resignación, cómo los nuevos fanáticos son ‘light’: compran un iPhone solo por moda o estatus, cambian un PC por su primer Mac pero aún no entienden las ventajas y las diferencias para hacer las cosas, creen que Excel nació en los PC y que ‘el sistema del Mac se parece a Windows” –y no al revés, como los fanáticos ‘duros de matar’ lo dirían–, y en los blogs y foros en línea no tienen, para defender a Apple y sus productos, sólidos argumentos técnicos, históricos, de satisfacción o usabilidad –las 4 grandes armas con las que se destrozaban las cifras de ventas que presentaban los interlocutores–, sino el triste comentario de ‘ustedes critican al iPhone porque no tienen la plata para comprarlo’.
Al evangelista de corazón nada de esto hará cambiar su amor y fidelidad a Apple, que es su religión y su estilo de vida, pero algunos pueden estar lanzando un lamento: “Tal vez sí deje de ser evangelista, de luchar para defender la causa: miles de nuevos ‘fans’ ahora lo hacen a su manera, y Apple está en la cima del mundo. Tal vez ya no me necesita”.